LA LUZ Y EL COLOR EN LA EDAD MEDIA / LUCES Y COLORES


LVDS Apertura del pozo del abismo y salida de langostas, Beato de Liébana, miniaturas del Beato Fernando I y Sancha, siglo VIII, Madrid, Biblioteca Nacional


LA LUZ Y EL COLOR EN LA EDAD MEDIA 
LUCES Y COLORES
Historia del arte / Edad Media / Siglo VIII
Archivo fotográfico · Lac Dye / Los Valientes Duermen Solos
Fuente · UMBERTO ECCO, Historia de la belleza. Barcelona: Lumen (Sexta edición, 2005) 

"Todavía hoy son muchas las personas que, víctimas de la imagen convencional de las "edades oscuras", se imaginan la Edad Media como una época "oscura" incluso desde el punto de vista del color. En esta época, la noche se vive en ambientes poco luminosos: en cabañas alumbradas a lo sumo por el fuego del hogar, en las estancias amplísimas de castillos iluminados por antorchas o en la celda de un monje a la débil luz de un candil, y a oscuras (además de inseguras) eran las calles de los pueblos y las ciudades. No obstante, esta es una característica propia también del Renacimiento, del Barroco y -más tarde aún- del período que se prolonga al menos hasta el descubrimiento de la electricidad. En cambio, al hombre medieval se le ve -o, al menos, se le presenta en poesía y en pintura- en un ambiente muy luminoso. Lo que llama la atención en las miniaturas medievales es que, habiendo sido realizadas tal vez en ambientes oscuros apenas iluminados por una única ventana, están llenas de luz, incluso de una luminosidad especial, producida por la proximidad de colores puros: rojo, azul, oro, plata, blanco y verde, sin matices ni claroscuros. La Edad Media juega con colores elementales, con zonas cromáticas definidas y enemigas del matiz, con la aproximación de tintes que generan luz por la concordancia de conjunto, en vez de ser caracterizados por una luz que los envuelva en claroscuros o haga destilar el color más allá de los límites de la figura. En la pintura barroca, por ejemplo, los objetos son alcanzados por la luz, yen el juego de los volúmenes se dibujan zonas claras y zonas oscuras (véase, por ejemplo, la luz en Caravaggio o en Georges de La Tour). En las miniaturas medievales, en cambio, la luz parece irradiar de los objetos, que son luminosos en sí mismos. Esto es evidente no solo en la época de plenitud de la miniatura flamenca y borgoñona (piénsese en las Tres riches heures du Duc de Berry), sino también en obras de la Alta Edad Media, como las miniaturas mozárabes, realizadas con contrastes muy violentos de amarillo y rojo o azul, o las miniaturas otonianas, donde el esplendor del oro contrasta con tonos fríos y claros, como el lila, el verde glauco, el amarillo arena o el blanco azulado. En la plenitud de la Edad Media, Tomás de Aquino recuerda (aunque retoma ideas que habían sido difundidas ampliamente incluso antes) que para la belleza son necesarias tres cosas: la proporción, la integridad y la "claritas", esto es, la claridad y la luminosidad. 

 Claritas 
Tomás de Aquino (siglo XIII) 
Summa Theologiae, II-II, 145,2 
Como puede deducirse de las palabras de Dionisio, lo bello está constituido por el esplendor y por las debidas proporciones: en efecto, él afirma que Dios es bello «como causa del esplendor y de la armonía de todas las cosas». Por eso la belleza del cuerpo consiste en tener los miembros bien proporcionados, con la luminosidad del color debido." 

 LVDS, BEATO DE LIÉBANA, Angel de la quinta trompeta, miniaturas del Beato Fernando I y Sancha, siglo VIII, Madrid, Biblioteca Nacional


 LVDS, BEATO DE LIÉBANA, Caballeros sobre caballos con cabeza de león que vomitan fuego, miniaturas del Beato Fernando I y Sancha, siglo VIII, Madrid, Biblioteca Nacional